[Terminada] El destino es caprichoso y más cuando se trata de algo como lo que pasará entre ______ y Louis Tomlinson. Una relación del pasado rápida, alocada, peligrosa que le llevó a ser quien no era. Todo acabó, pero no para siempre. Ambos estaban equivocados cuando prometieron no volver a verse.

viernes, 8 de noviembre de 2013

Epílogo.

“Mis codos estaban apoyados en la barandilla de la terraza mientras daba caladas tímidas a un cigarro.

Escuché sus tímidos pasos acercándose a mí, abriendo la puerta, y poniéndose en mi espalda. 

Cuidadosamente rodeó mi cadera con sus grandes manos y pegó su torso en mi espalda.

Sonreí sin que me viese y solté la calada al aire en suspensión, mientras que pisos más abajo, estaba el resto del mundo, ajeno a lo que acababa de pasar en estas paredes, con este hombre.

-¿Qué intentas? – Dije, con la voz interesante.
-Seducirte. – Me contestó.
-¿Otra vez? – Repliqué.
-Sabes que nunca me cansaría de seducirte.

Apagué la colilla y la dejé en una pequeña mesa de la terraza. El chico se alejó de mí y yo le miré poniéndome en frente de él.

-Mi camiseta blanca te queda divina. – Dijo.
-Gracias. – Contesté, sonriente.

El chico me cogió del cuello de la camisa y me acercó a su torso, dándome un apasionado beso y terminando con un camino de húmedos pellizquitos con la boca sobre mi cuello.

-James, creo que lo mejor será que te vayas.

El chico frunció el ceño y me miró preocupado, retirándose de mí y soltando el cuello de su camisa blanca que llevaba encima.

-¿Por qué? – Me preguntó, incrédulo.
-Mi marido estará a punto de venir. Ya sabes lo que nos pasó hace poco, no quiero tenerte que esconder de nuevo en mi armario.

James resopló y salió de mala gana de la terraza. Cerré los ojos y pasé mis manos por el rostro.

Tenía que decidirme y tenía que hacerlo ya. No podía estar jugando con los sentimientos de dos hombres a la vez. A mi marido le quería, pero James me atraía, y era simpático, romántico, atento, joven… Lo tenía todo. 

Resoplé y ladeé la cabeza, mientras me acerqué a la barandilla de nuevo a apoyarme. Miré de nuevo la ciudad y me entró miedo de que la decisión que tomase no fuese la adecuada.

-¿Me das mi camisa? – Me preguntó James situándose la puerta de cristal de la terraza.

Me giré cuidadosamente y le miré. Estaba vestido con sus vaqueros azul marino y con sus elegantes zapatos marrones. Su gesto era de desagrado.

-Claro… - Le dije.

El chico se retiró para dejarme paso y pisé el parqué descalza. Fui a la habitación y saqué un conjunto que ponerme antes de quitarme la camiseta.

Lo puse encima de la cama y me desabroché los botones para dejarla caer al suelo.

-Tienes que decidirte. – Me dijo entrando a la habitación. – Yo no puedo estar viendo a alguien a escondidas, tú no puedes tener una doble vida.

Miré hacia atrás y comprobé que solo me estaba viendo la espalda mientras yo me colocaba la ropa.

Giré el labio y me arrepentí. Sabía que a mi marido jamás le gustaría saber que un niñato se estaba liando con su mujer. Y no de ahora, no. Desde hacía siete meses.

-Lo siento, James. – Me disculpé. – Necesito tiempo para pensar.
-¿Pensar? ¿Pensar en qué? – Dijo, casi fuera de sí.
-Tengo que pensar, ¿Vale? No puedo decidir de un día para otro si quiero tirar un matrimonio de casi dieciséis años para irme con un chico trece años más joven que yo. Yo tengo mi vida hecha y tú estás empezando a vivir ahora.
-¿Y qué? – Replicó.
-Estoy estresada, James. La oficina, el barullo de la ciudad, todo… No quiero pensar ahora en eso. -Dije mientras me colocaba la bata. – Dame tiempo.
-¡¿Y para eso me quieres?! – Exclamó. -¿Para eso quieres al niñato de trece años menos que tú? ¿Para desahogarte y quitarte el estrés de encima?

Le tendí la camiseta y la arrebató de mala gana. Miré su torso tonificado y me percaté de que se estaba abrochándose brusca y rápidamente los botones. Jamás había visto a James tan enfadado, pero quizás tuviese sus razones.

-No tengo culpa de que tu marido sea ya un aburrido, con tripa cervecera y con depresión de los cuarenta.
-¡James! – Le regañé. - ¿Acaso no me escuchas? No quiero hablar más del tema.
-¿Ah, no? ¿Pero no te das cuenta de que yo necesito una respuesta?
-Pues no la tengo.
-Pues perfecto. – Dijo cogiendo su americana. – Yo te doy la mía: Olvídame.

Abrí mis ojos y vi como rápidamente abandonó el dormitorio y fue directo a la puerta de la salida.

Corrí tras él apresuradamente y tiré de su mano para detenerle, pero no me hacía caso.  Le volví a coger y conseguí detenerle en medio del pasillo.

-James, no. No me dejes, por favor.
-Suéltame.
-Te prometo que mañana tienes una respuesta, te lo prometo.
-¿Por qué te tendría que creer?
-Porque te quiero.

La puerta de casa se cerró. Ambos miramos hacia esa dirección y vimos al trajeado de mi marido. Soltó de un golpe el maletín y sus dedos se metían en el nudo de la corbata para deshacerla y dejar que entrase el aire.

-¡Oh, Dios mío, cielo! – Exclamé aproximándome a él. - ¿Estás bien? – Pregunté.

Tragó saliva y me miró. Yo fruncí el ceño y él me dio  una bofetada en la mano cuando fui a acariciarle dulcemente la cara para tranquilizarle.

-No me toques. – Me rogó.

Yo apreté más el entrecejo y me alejé algo de él, observando la situación y dejando que él la procesase. Quizás este tiempo extra me vendría bien para pensar cómo explicaba todo.

-¿Le quieres? – Preguntó mi marido casi sin aire. - ¿Quién es para que le quieras? ¿Y por qué está así de mal vestido?
-Es… Es solo un amigo. – Contesté.

James me miró con cara de incredulidad mientras ladeaba la cabeza.

Rodeó al inestable de mi marido y cogió el pomo de la puerta para abandonar el piso junto a un portazo.

-Me estabas engañando… - Musitó mi marido.

Tragué saliva y, por un momento, me di cuenta de que, se pilla antes a un mentiroso que a un cojo. Y ahí estaba yo, intentando mentir sobre la mentira que ya había sido descubierta.”
___

-¡Cielo! – Oigo.

Frunzo el ceño y miro a Louis que está intentando llamar mi atención.

-¿Qué haces tan concentrada? – Pregunta.

Sonrío y cierro el libro. ¡Puf! Menuda historia.

-Estaba leyendo este libro. – Le digo dejando que mire la caratula.
-“Faces of love” – Pronuncia Louis.
-Ajá. – Digo.
-¿De qué trata? – Pregunta, curioso.
-Una mujer engañaba a su marido con un jovencito bastantes años más pequeño que ella. – Le digo, acercándome a él y dándole un toquecito con mi nariz a la suya.

El chico sonríe y, mientras yo dejo el libro en la estantería, el me rodea la cintura y me abraza.

Hoy es el gran día. Estamos en una de las bibliotecas más importantes junto a Dina. Como siempre, ella radiante.

Tras poco menos de un año, por fin estamos en la presentación de ese libro. El libro que tanto me llevó a replantearme todo. Ese libro del que yo formo parte y del cual mi historia con Louis fue, es y será la protagonista.

Trago saliva y noto como Louis se pone a mi lado para entrelazarme mis dedos entre los suyos.

-¿Estás nerviosa? – Pregunta.
-Algo…
-¿Quieres leer por fin todo lo que puse en esos folios? – Me pregunta, mientras seguimos dando vueltas por los pasillos de esa biblioteca.
-Sí. – Contesto.
-Aún no me creo que hayas sabido contener la curiosidad y hayas podido no leer absolutamente nada de lo que pone. – Me dice, con sus ojos azules más abiertos que nunca.
-Me pediste que no lo hiciese hasta que no saliese el libro.

El chico sonríe y me besa la mejilla, finalizando nuestro tour por la casa de los libros y, viendo al final de esa pequeña sala un montón de sillas y, de cara a la puerta, una mesa con micrófonos y vasos de agua de nuevo y dos sillas.

La gente que finaliza el tour por la biblioteca, ya está empezando a coger sitio. Los libros de Dina no han recaído para nada, y menos después de lo que la sucedió. Creo que eso le dio fuerzas para inspirarse.

Todo esto me recuerda tanto al día de la presentación de su otro libro que me asusta.

Me dejo llevar por Louis porque sigo asombrada de la gente que vendrá a ver su nuevo proyecto. Sigo estando anonadada. La sala es el doble, o quizás algo más que la anterior.

-Vamos. – Me apresura Louis, que aún no suelta mi mano. – Siéntate tú con Dina.

Miro hacia donde me indica y tiene la intención de hacerme sentar en una de las sillas de la mesa.

-¿Qué? – Replico. – No, no. No Louis. Me niego.
-Oh, vamos, cielo. Quisiste dar la vuelta a la biblioteca y yo te acepté el favor. No podemos estar ahí los dos porque se desvelaría parte del libro. Tienes que sentarte tú. Yo ya estuve la otra vez.
-No, no me gusta que me miren.

El chico se pone enfrente de mí y me coge la cara con las mejillas.

-¿Y eso por qué, pequeña?
-Porque me pongo nerviosa.
-¿Tienes miedo escénico?
-Sí.

El chico sonríe y miro atentamente sus ojos azules, decorados por de nuevo su flequillo liso que cae por la frente, como hace un tiempo. Su camisa de media manga con un fondo blanco y un dibujo en el medio. Sus pantalones negros y arremangados por los tobillos.

-Sigues siendo tan inocente, ______. – Me dice, casi suspirando.

Me besa la frente y me siento protegida. Creo que nada me va a parar si le tengo a él. Nada ni nadie.

-Creo que nunca he perdido la inocencia. – Digo, entre risas.
-Bueno, pues hoy piérdela y quítate ese miedo. Estaré contigo, ¿Vale? – Me dice. – Justo ahí.

Señala a una de las sillas del público y de nuevo le miro. Acaricio su flequillo llevándolo detrás de la oreja y le sonrío.

-Venga. – Me vocaliza.

Asiento y me acerco hasta las sillas de su mano. Él me suelta y yo coloco mi cuerpo, el cual va vestido con unos vaqueros ceñidos y una blusa azul turquesa. Tacones del mismo color de infarto y quizás tres o cuatro kilos de maquillaje.

-Voy a mi sitio. Si necesitas algo, sólo mírame. – Me dice.
-Está bien.
-Y otra cosa.
-¿Sí?
-Sólo te pido un favor. En cuanto Dina te dé el libro, ven hacia mí.
-Por supuesto.

Suspiro y me doy cuenta de que le tengo aquí. Me doy cuenta de que ha cambiado mucho. Ha cambiado su ira, sus celos, su agresividad, su impulsividad… Cambió todo lo que podía hacerme daño.

Miro como me sonríe y se aleja de mí para ponerse en el asiento que minutos antes me señalaba. Mientras le miro a él y a todo mi entorno, pienso algo de lo que jamás me había dado cuenta:

Yo pensé que me cambió. Pero, a la larga, fue al contrario. Yo cambié porque en la etapa en la que me encontraba era lo que la inercia me decía. Sin embargo, yo le cambié a él. Le influencié positivamente sin darme cuenta y algo de mi le obligó inconscientemente a cambiar. Yo misma trabajé no dándome cuenta para cambiarle. Él me cambió a mí temporalmente, pero yo le cambié para siempre.

Y, quién sabe. Quizás solo han pasado nueve, diez meses desde que me enseñó aquel dibujo de El Foco. Nueve o diez meses desde que él se dio cuenta de que su destino era a mi lado. Pero aún no creo que sea el suficiente tiempo como para decir que esto será para siempre.

Las cosas han cambiado, como todo. Alison cambió de novio, y ahora está más feliz que nunca. Adam continúa cuidando al pequeño Niall y feliz con su mujer. Y sí, mujer porque están comprometidos.

Dina y Ben rompieron, pues él le engañaba con otra. Y, la última vez que le vi, me contó que Josh se había ido a probar suerte con la psicología a Estados Unidos. Dentro de lo que cabe, me alegro de que le vaya bien y que, quizás en Estados Unidos, encuentre de verdad a alguien que congenie con él.

Mi madre y Bob están felices. Conviven juntos desde que yo me fui a vivir con Louis y cada día están mejor.

Bruce creo que sigue como siempre, con un año más y quizás con menos pelo, y, ¿Quién sabe? A lo mejor tiene algún ligue escondido.

Y, lo más sorprendente, mi padre. Me llamó hace un par de meses para pedirme disculpas. No le colgué el teléfono porque Louis me animó a solucionar los problemas. Hablé con él de las cosas que teníamos pendientes, y me dijo que estaba viviendo en la costa italiana, así que, también me alegré por él.

Una carcajada invade mi oído de lleno.

Le miro de refilón y observo de nuevo su físico que durante meses llevo observando a diario. Su sonrisa me da la vida, y mientras observa el móvil me doy cuenta de que está leyendo algo que le hace gracia.

-¿Qué pasa? – Pregunto desde mi sitio.

Él me mira sonriente y se levanta para enseñarme la pantalla del móvil, justo en el instante que aparece Dina y la sala se invade de aplausos. Le miro y entiende que debe guardarlo y regresar a su sitio.

Ambos nos concordamos para aplaudir a la radiante Dina, que está llevando la traición de Ben bastante bien. La sonrío cómplice y ella me mira en forma de agradecimiento, poniéndose al lado de la silla de mi derecha y haciéndome una especie de reverencia. Me pongo roja.

El público aplaude durante un minuto y Dina agradece el cariño con gestos.

Se sienta y, tras los últimos silbidos y aplausos, toca el micrófono mientras yo miro a Louis y de nuevo me tranquiliza.

-¿Buenas noches? – Pregunta Dina a través del micrófono. – Sí, se oye.

La sonrisa intacta de Dina se muestra. Yo la miro ensimismada, porque sé que esa sonrisa es gracias a mí, en parte.

-De nuevo estoy en la presentación de uno de mis libros. No sé cuantas van ya, y no sé cuántas caras conocidas vuelvo a ver entre el público. En este caso, no es un típico libro con argumento inventado e historia inventada. No. Este libro es una historia real. Tan real que os llegará a poner los pelos de punta, os enganchará y os adicionará. Estaréis con los nervios a flor de piel, porque es una historia difícil y sobretodo, lo han narrado los propios protagonistas.

La gente abre la boca asombrada y yo miro a Louis casi ruborizada. 

-El libro será narrado desde dos personas. Él y ella. Y, como tendréis que sospechar ya, ella es la protagonista. Un fuerte aplauso para la señorita _______.

La gente me mira y yo me intimido. Nadie duda un segundo y chocan fuertemente sus palmas para producir sonido. Miro nerviosa a todos los lados y veo a todo el mundo sonriendo, radiante. Y Louis entusiasmado, sin dejar un segundo de mirarme, orgulloso.

-No os podéis imaginar lo que le costó explicar todo por escrito, no os podéis imaginar lo mal que esta chiquitina lo ha pasado.

Dina pasa uno de sus brazos por mi cuello y me acerca a ella. Detecto su olor a perfume carísimo y sonrío dándole la razón en mi interior. Sí, lo pasé mal, pero ya no.

-Y bueno, creo que no tengo nada más que contaros. Es un libro que debes leerlo para saber de qué trata la historia, no quiero revelaros nada. – Añade la mujer.

Sonrío hacia el suelo y escucho un chistido. Miro hacia Louis y veo que me hace un gesto. Quiere que tenga la mirada siempre recta y la cabeza erguida. Me pongo en la situación que me ruega y me levanta el pulgar. Yo le sonrío y él me devuelve la sonrisa.

-¿Alguna pregunta? – Lanza Dina.

Todo el mundo se mira entre sí y, una valiente mano al final a la derecha, se levanta.

-¿Sí? – Da permiso Dina.
-¿Puedo preguntárselo a la señorita? – Pregunta, con disciplina.

Dina asiente y veo como de nuevo todos me miran. Quiero morirme.

-S-sí. – Balbuceo.
-¿Por qué te decidiste a escribir tu historia para que luego Dina Tomlinson la transcribiese y la publicase en un sitio donde todos pudiésemos leerla?

Cojo aire y, sé la respuesta, pero los nervios me bloquean.

-Bueno… esto…
-Tranquila, cielo. Sé sincera. Tranquila. – Me susurra Dina.

La miro de reojo y me hace un gesto de complicidad. Coge mi mano que está apoyada en el reposabrazos y la aprieta.

-Vamos. – Me anima de nuevo.
-Bueno, creo que… - Respiro. – Creo que fue algo que me sirvió. – Digo.

Todo el mundo frunce el ceño y la señora se queda algo vacía. Creo que esa no era la respuesta que esperaban.

-…que me sirvió para darme cuenta qué era lo que yo quería y qué era lo que yo debía de hacer. Hay momentos que te das cuenta que el pasado choca de frente contra el presente, y eso lleva a situaciones en las que tienes que decidirte entre dos opciones y cualquiera de las que elijas puede cambiarte por completo la vida. Y, bueno, creo que fue como mi diario. E incluso una prueba de superación. No me quería conformar con que la palabra “fin” fuese una simple palabra, e intenté cambiar mi destino muchas veces para escribirlo a mi manera. Pero el destino no se puede cambiar, y siempre actúa como él quiere actuar…

Suelto el aire y veo que todo el mundo, ahora sí, se queda satisfecho. Cuchicheos se escuchan en la sala y todo el mundo asiente con la cabeza. Alivio me recorre, mientras que de nuevo ahí está Louis, apoyándome como siempre.

-Bien hecho. – Me vocaliza.
“Bien hecho” Me repito yo sola.
***
Me levanto tras aplausos y dejo que el hombre de detrás me retire la silla para que la cola empiece a crecer. Dina tendrá que firmar un montón de réplicas. ¡Oh, Dios mío! Todo el mundo leerá ahora mi historia, leerá mi vida…

Estoy nerviosa. Ahora seré como ir desnuda por la calle. Pero me hace gracia, me gusta. Me gusta sentirme así.

Cojo el libro que me pertenece y me despido de Dina con un gesto. Ella hace lo mismo y empieza a atender a los fans.

Rodeo la mesa y me acerco a Louis que me espera con las manos metidas en los bolsillos.

-Hola. – Me saluda sonriente.
-Hola. – Le contesto, ruborizada y con una tímida sonrisita.
-Buena chica. – Me dice.

Mira al libro y ve que no lo he abierto. Coge mi mano y atravesamos toda la sala en un santiamén. No tardamos mucho más en hacer el tour de la biblioteca al revés, y en menos de dos minutos, estamos en la salida.

El chico abre la puerta y me deja pasar. Le agradezco su disciplina y nos quedamos a un lado de la calle.

-Qué vergüenza. – Confiese.
-¿Bromeas? Has estado genial. Has subido mucho tu reputación con todas esas palabras que has dicho.
-¿Lo dices enserio?
-¡Claro! Has estado increíble, cielo.

Me besa la frente y yo cierro los ojos al estremecerme con el contacto de sus labios.

En plena calle central de la ciudad, con las luces de los teatros y bares, con el tráfico a nuestras espaldas y con una cálida tarde de verano, me atrevo a preguntarle.

-¿Y bien?
-¿Qué? – Replica.

Alzo el libro y él arquea las cejas.

-Ah. – Exclama. – Ya.
-¿Qué pasa, Louis?
-¿Has empezado a leer algún libro por el final?
-Creo que nunca. – Confieso.
-Pues bien, hoy será la primera vez.

Frunzo el ceño y no le entiendo. Él señala con las cejas el libro y yo miro la carátula.

-¿Por qué quieres que empiece a leer por el final? Quiero leer todo lo que piensas desde el principio. – Me quejo.
-Para eso hay tiempo de sobra.
-¿Y para terminarlo no?
 -Para lo que quiero que leas no.

Alzo de nuevo el libro decorado con una gran portada, en la que en el medio pone “El pasado siempre vuelve”. Lo abro con mis delgados y finos dedos. Paso las hojas rápidamente.

-Lee la última frase en alto. – Me exige.

Arrugo el entrecejo cuando me doy cuenta de que en esa frase pone algo que no se pasaba en ningún momento por mi imaginación.

Louis sonríe al saber que lo estoy leyendo, y yo y mis ganas mueren poco a poco por besarle.

-Léemela, vamos.
-“Sea lo que sea, de lo único que estoy seguro, es de que quiero casarme con ella” – Digo.

El chico me mira ensimismado y yo estoy todavía en shock.

Louis sonríe como un tonto y yo le miro incrédula.

-¿Quieres casarte conmigo? – Pregunto.
-Sí, esa era la pregunta.
-¡¿Enserio quieres casarte conmigo?!
-No he cambiado de opinión desde que te conocí.

El Dios de ojos azules, flequillo hacia el lado o tupé perfectamente peinado, con cejas perfectas o con una rapada, el único que sabía hacerme perfectamente feliz, el que estuvo cuando nadie más lo hizo, mi hombre perfecto ha aguantado casi un año entero para pedirme matrimonio de la forma más absurdamente original y paciente del mundo, del universo y seguramente de la galaxia.


Está claro que es el “fin” menos creíble que cualquier libro ha tenido.

PD.
NO. No, no, no, no, no.
No me creo de verdad que esta novela haya terminado. ¡Dios mío! Creo que ha sido con diferencia la novela que más me ha enganchado escribir, no terminaba nunca de escribir capítulos ni nunca me cansaba de darle vueltas a la tortilla, o liar las cosas. Ha sido una novela increíble que ha durado alrededor de seis meses, pero ha sido ¡INCREÍBLE! 
Simplemente la acabo porque creo que aveces las cosas hay que saber pararlas, y creo que no podría haber habido un final mejor para una novela tan increíble como esta. ¿Y sabéis por qué? Porque vosotras lo habéis querido.
Gracias de verdad por hacer que esto haya sido posible. He crecido muchísimo desde que empecé a escribirla hasta ahora y nada de esto sería posible, como siempre digo, si no fuese por vosotras.
Y nada, nada de estar tristes, todo lo que empieza acaba y siempre empieza algo nuevo, así que ahora Broken y NC, ¿no? 
Gracias a todas esas Nerrys que me han seguido diariamente, capítulo a capítulo, que me han comentado, me han twitteado, me han puesto md's, gmails, asks... gracias, de verdad. No tengo palabras para agradeceros todo lo que habéis hecho por mí y sobretodo por Louis Tomlinson de El Foco. 
Y yo ahora, sólo quiero pediros como favor algo. ¿Podéis decirme sinceramente qué os ha parecido la novela? Podéis hacerlo por los comentarios de aquí debajo, twitter, gmail (sttories1d@gmail.com) (si queréis algo más personal) y ask (http://ask.fm/sttories1D) si queréis algo más anónimo. Sed sinceras, por favor. Gracias amores, gracias de verdad.
Aquí acaba TPCB, ¿Para siempre...? :)

miércoles, 30 de octubre de 2013

Capítulo 61.

Esa voz no  puede ser de otra persona que no sea él…

Levanto poco a poco la cara y le miro. Él está peldaños más arriba que yo, cogiéndome de las manos y mirándome, con una sonrisa picarona.

Le suelto de las manos inmediatamente y bajo unos cuantos peldaños para darme tiempo a asumirlo.

Mi garganta me duele, pues las cuerdas vocales deben estar entrelazadas para que mis palabras no salgan. Quizás mi valentía se había arrojado escaleras abajo, como yo estoy haciendo poco a poco.

¡Oh, Dios mío! Joder. Joder. Está aquí. Joder. Está cogiéndome las manos.

Las lágrimas no pueden controlarse y salen disparadas de mis ojos, junto a un par de pucheros y un auto reflejo de abalanzarme sobre sus hombros.

El chico me recibe con sus brazos abiertos y apoya una de sus manos, abiertas, en mi espalda mojada.

-Dios mío, eres tú. – Exclamo. – Eres tú.

El chico suelta una sonrisa y me aprieta más fuerte.

-¡Joder, Louis! – Le regaño.

Me alejo de él y le miro. Esa sonrisa, esos ojos.

-¿Qué? – Pregunta, sonriente.
-¿Por qué me has hecho tanto de sufrir? – Pregunté.

Frunzo el ceño y le suelto. Le miro de mala gana y subo los cuatro peldaños que me quedan hasta llegar a la puerta.

El chico hace lo mismo, y cuando se pone de pie y viene tras de mí hasta el rellano, me doy cuenta de que va vestido con una chaqueta de cuero negra. Le miro sorprendida y él entiende mi reacción.

-¿Por qué te he hecho sufrir? – Pregunta ignorando lo demás.
-¿Acaso te parece poco? Acabo de venir del puto aeropuerto, Louis.

El chico se sorprende y alza las cejas en forma de asombro. Yo le miro con los ojos cristalizados y contengo mis ganas de gritar que por fin le tengo a centímetros.

Oh, Dios. Esto es demasiado. Creo que aún no me estoy dando cuenta de que le tengo ahí de nuevo. Incluso ahora que le miro con su media sonrisa y con sus ojos más azulados y llenos de esperanza que nunca, me doy cuenta de que su flequillo cae elegantemente por la frente, como en el pasado.

-¿Del aeropuerto? – Reclama, sorprendido.
-Sí, del aeropuerto.

Mi tono suena seco y cortante. No, no quiero demostrar ese aspecto de mí. No quiero, pero me es inevitable.

Ese chico es por la persona que peor lo he pasado en la vida. Me ha hecho hacer locuras hasta cansarme y ahora viene aquí como si nada hubiese pasado. ¡Le he comprado una casa! ¡Una maldita casa para hacerme sufrir tanto!

Maldito cabrón, he pasado noches en vela, con el corazón en un puño, con mi estómago cerrado y sin ganas apenas de hacer cosas tan sencillas como respirar o pestañear.

Sigue mirándome a través de la tenue luz del rellano y yo me giro hacia la puerta para introducir la llave en la cerradura.

-¿Me vas a contestar? – Pregunta, produciendo eco.

Le miro y veo que su sonrisa ha desaparecido, pero aún así, su gesto serio y decepcionado sigue creando una gran impresión en mí.

-¡Es que te quiero matar! ¿Sabes todo lo que he sufrido y hecho para que horas antes de perderte para siempre, estés aquí delante de mí?

Me acerco a él y pongo mi cuerpo cerca del suyo, enfrente. Mis ojos suben a los suyos, la diferencia de estatura me obliga. Mi rostro sigue serio y el de él perdido. Creo que ahora estará pensando si ha sido lo mejor venir.

El chico sonríe, parece que mi estado de histeria y de no creerme lo que está pasando le hace gracia.

-Te fui a ver al hospital, intenté contactar contigo por todos los medios que me fueron posibles, te compré, no una casa, sino esta casa. – Señalo a la puerta con mala gana. – Y después, para colmo, me voy al aeropuerto y me doy cuenta de que el último vuelo de Inglaterra acaba de salir hace minutos. ¡Minutos! Creía que me moría cuando te vi por unos segundos tan lejos de mí…

El chico suelta una carcajada y yo me enfado más.

-¡No tiene ninguna gracia! – Me quejo. - ¿Sabes que ya me estaba empezando a hacer a la idea de que no te tendría? Y de repente apareces aquí… como si nada, sin decir nada, sin nada… ¡Oh, Dios!

Mis manos van a mi cara y la tapan calmando el rostro. Demasiada tensión y rencor instantáneo ha nacido de repente hacia Louis.

-No me he ido. – Se atreve a decir.

Quito las manos de mi rostro y le miro. Sus ojos están intensamente brillantes y yo me quiero morir.

-¿Y ya está? ¿Eso de verdad te justifica? ¿Sabes lo mal que lo he pasado? Maldito seas, Louis.

Me acerco a él y empiezo darle puñetazos débiles a su pecho. Él solo me contempla sonriente y yo dejo todas mis fuerzas en, por lo menos, inmutarle. Pero no sirve de nada. No se mueve ni un milímetro, ni siquiera suelta un quejido.

De repente, hace un fuerte forcejeo con mis manos y, en segundos, consigue tener atrapadas en sus dos manos mis dos muñecas. Ahora tiene poder sobre mí.

-Eh, tranquila. – Dice con una sonrisa. - ¿Querías irme a buscar al aeropuerto para pegarme?

Le miro y su gesto tan simpático se me hace inevitable para contenerle. Rompo en una poco disimulada carcajada y bajo la mirada al suelo mientras sigo atrapada por las muñecas por él. Su tacto en mi piel me estremece.

-Mírame. – Me exige.

Levanto la mirada tímidamente y sonrío.

-Puede. – Digo.

El chico sonríe más fuerte y veo el amor de mi vida a centímetros de mí.

-Tienes muchas cosas que explicarme, Louis. – Le digo. Parece que le estoy regañando, y en verdad lo hago.
-¿Leíste lo que escribí para Dina?

Frunzo el ceño y no entiendo por qué me pregunta, ahora, esto. Tampoco entiendo cómo sabe que yo tengo su historia.

-No.

El chico sonríe y yo le sigo mirando bajo la tenue luz.

-Buena chica.
-¿Por qué diablos preguntas esto ahora, Louis?
-Entonces entiendo que no sepas que la historia no está terminada, y que hasta que no esté contigo no la estará. No la he terminado, ______. Y esto no va a terminar nunca.

El chico da pasos a cada sílaba pronunciada hasta que choca mi espalda con la puerta de mi casa. Aún no me suelta las muñecas y yo me estremezco al sentir su respiración tan cerca de mí.

-Me hiciste sentir como nadie me había hecho sentir. Me apreciaste, me valoraste, me cuidaste y me quisiste simplemente por cómo era en mi interior. Ni por mi nombre, ni por mi fama en ese lugar, ni por nada. Por mí.  No te asustaste y quisiste permitirme ser el único. Me volviste a dar una oportunidad después de todo. Has sido la que me ha dado la esperanza de empezar una vida nueva que te prometo que puse todo mi empeño en conseguir que así fuese. Me subiste al cielo para luego estamparme contra el suelo, pero aprendí a quererte más desde aquí abajo. Y, ¿Sabes? No quería estar en el cielo en un avión. Prefiero estar ahí arriba contigo, y con los pies aquí abajo.

Mi boca crea una “o”. Le miro sorprendida. Todo eso me ha sorprendido.

-Creo que no debí escribirte la carta, ni tener a Bob de celestino, ni siquiera escribir esa historia a Dina convencido de que sería un éxito y que leerías mi punto de vista de todo esto, y después, todo se vería. Pero no. Quizás no haya un después y es solo es un ahora. Quizás antes de arriesgarme a perderte debí haberte dicho todo a la cara, pero jamás tuve el suficiente valor como para afrontar mi miedo, y como para creer un poco en mí, y quererme lo mínimo. Por eso estoy aquí.

Mi gesto sigue sorprendido. ¿Cómo ese hombre que había estado tanto tiempo callando sus sentimientos, con una capa de refugio, sin expresar nada y completamente encerrado en sí mismo está confesándome las cosas más preciosas que jamás he escuchado, aquí, en mi casa, en mi rellano, en nuestro rellano, ¡A mí!.

-Te dije que confiaba en el destino. Yo fui tu pasado, pero ahora ya no me conformo con eso.

Se calla un segundo y pasa la lengua por sus labios, tomando algo de aire y retomando su charla.

El chico suelta una de mis muñecas sabiendo que estaba demasiado bloqueada y sorprendida como para intentar pegarle, reprocharle o moverme.

Mete su mano en el bolsillo de cuero y saca unas llaves.

-¿Vienes?  - Me pregunta.

Le miro sorprendida y, por un segundo, me lo planteo. Esto me ha pillado de sorpresa y estoy bloqueada. 

No sé ahora mismo qué quiero o qué no quiero. ¿Le quiero a él? Claro, demasiado. ¿Le necesito? Quiero ver esos ojos que me están mirando todos los días de mi vida. ¿Le tengo miedo? No, para nada. No podría tenerle miedo. Ya no. ¿Alguna pega para no aceptar el ir con él?

El chico espera pacientemente mi respuesta mientras saca las llaves de la puerta de la casa metiéndoselas en el bolsillo de su chaqueta. Yo no se lo impido y le continúo mirando a los ojos hasta que él da con los míos.

-¿Y bien? – Insiste.

Trago saliva y asiento débilmente con la cabeza. Él suelta mi muñeca para entrelazar sus dedos con los míos. Baja la escalera antigua de mi mano, como en los viejos tiempos.

¡Madre mía! Estoy bajando las escaleras del edificio de la mano de Louis, ¡De la mano!

Llegamos al portal y lo atravesamos hasta llegar al exterior. Andamos unos dos minutos sin compartir ningún tipo de conversación y pisando los charcos que ha dejado la lluvia que ya ha calmado.

Observo hacia donde se dirige y veo una moto. Mis ojos se agrandan por milisegundo y le miro. Él continúa mirando al frente y sonriendo, orgulloso y seguro de lo que está haciendo. Seguro de sí. Más que nunca.

-¿Qué hacemos aquí? – Pregunto cuando llegamos al pie de la moto.
-Has aceptado venir, has aceptado mi silencio hasta que lleguemos a donde quiero ir.

Giro el labio y le miro con el gesto perdido. Él no se alerta y me tiende un casco. No reacciono y se encarga de ponérmelo.

-Abróchatelo. – Ordena.

Después, se pone el suyo y se monta en la moto. Yo aún sigo al pie de ésta con el casco desatado, mirando todas y cada una de las reacciones que está teniendo Louis.

Me mira una vez subido en la moto.

-¡Vamos! – Apura.

Me abrocho el casco y me monto.

Pone el motor en marcha y siento como un cosquilleo en mi estómago se enciende. Empezamos a andar por la ciudad y no sé dónde vamos. Sólo sé que estoy confiando en él más que en mí, y que sea donde quiera que esté aquel sitio al que nos dirigimos, estoy segura.

Me siento libre, me siento bien. Me siento como cuando estaba con él y me agarraba a su cintura hasta llegar a nuestro destino. Apoyando mi cabeza en su espalda y disfrutando de su perfecto aroma con el que convivía.

Me siento como una adolescente otra vez, como una niña que quiere a rabiar a su novio.

-¡Cierra los ojos! – Me exclama.
-¡¿Qué?! – Reclamo, al no escuchar nada por la velocidad.
-¡Que cierres los ojos, no los abras! – Me pide.
-¿Por qué?
-¡Hazlo!
-Vale.
-No los abras.

Cierro el párpado y veo una inmensa oscuridad con una luz al final. Con una luz que da al pasado. Con una luz que me ilumina más que nunca mi vida; Con él.

De repente, el motor de la moto se para, y siento como sus manos se apoyan en mis brazos para quitármelas de su cadera y poder soltarse para moverse.

-¿Puedo abrir los ojos? Me estoy agobiando. – Digo.
-No, no. – Me dice.

Siento como se baja de la moto y yo me quedo erguida, sentada encima del asiento, sintiéndome idiota por no poder abrir los ojos. Me quita el casco y escucho como lo deja sobre algo.

-Louis, ¿Dónde estamos? Quiero abrirlos ya.

El chico pone una mano en la cintura.

-Vamos, baja. – Me dice.

Le hago caso y con ayuda de su cuerpo, abandono la moto.

-No abras los ojos. – Advierte todavía.
-Vale, no lo haré.

Sonrío como una niña ilusionada, y confío.

-Anda recto hasta que yo te diga. – Me pide.

Le hago caso y comienzo a dar pasos cortos.

-¡Vamos! No tengas miedo, confía en mí.

Sonrío con una carcajada y, de repente, me tropiezo con un bordillo. El corazón se me sale casi por la boca y veo como las manos de Louis me cogen con fuerza para que no me desplome. Sin embargo, ya es tarde, y he abierto los ojos.

-Oh, ¡Mierda! – Se queja.

Le miro y empieza a reírse. Creo que ha hecho aposta que me chocase con el bordillo.

-Mira. – El chico me señala con la barbilla algo y yo, que estoy mirándole, hago caso.

Miro a mi alrededor y veo que todo eso es El Foco. ¡Oh Dios mío! ¡Hacía demasiado tiempo que no venía aquí!

Un escalofrío me recorre mi cuerpo y le miro.

-Ahora mira lo mejor.

Pone las manos en mi cadera y gira mi cuerpo cuidadosamente. Miro a una pared que hace esquina, descascarillada, mal cuidada y antigua, oscura y con un fondo sólo negro.

¡Oh, Dios mío! Esa soy yo. Es un retrato mío. Soy yo. Es mi cara. Mi sonrisa. Mis ojos. Louis me ha dibujado en El Foco. ¡En las paredes de El Foco!

Mi sorpresa continúa y él me mira ensimismado, satisfecho de su trabajo, sin soltarme un momento de la mano.

-¿Lo has hecho tú? – Pregunto, sorprendida.
-Con una ayudita.
-¿Quién? – Pregunto.
-Adam me dijo que no te dijera que él ha hecho casi todo.

Vuelvo la cara con una sonrisa abismal y miro la pared. Soy yo. Estoy ahí.

-¿Por qué? – Pregunto.
-¿Por qué? – Replica.
-Sí. Por qué me habéis dibujado a mí, qué has querido decir con esto.
-Antes eso era una simple pared de El Foco. - Dice, sin ningún tipo de miedo ni asco al pasado, como había demostrado hacer las veces anteriores. – Ahora quiero que, cada vez que alguien mire esa pared, te recuerde. Nos recuerde. Esa fue la pared donde nos conocimos, ¿Recuerdas?

Me sorprendo y la miro de nuevo. ¡Tiene razón! Ahí fue donde nos conocimos. Donde me salvó de aquel baboso. ¡Oh, Dios mío! Qué recuerdos…

-Todo esto ha pasado por algo, y creo que no hay mejor manera que recordar, por lo menos para mí, el mejor momento de mi vida. – Dice. - No hay mejor táctica para afrontar el pasado, que recordándolo y viviendo los mejores momentos, ¿no? 

No digo nada y me abalanzo sobre él, dando el beso más increíble, sentido, apasionado y largo que jamás había dado a nadie, ni a él mismo.


Y, ahí estoy, abrazada al que empezó a darle sentido a todo lo que creía perdido, justo en el sitio donde empezó todo, con la persona que empezó todo, y dándome cuenta de que las historias no acaban hasta que no se escribe la palabra “Fin”. 



PD. ¡Bueno chicas, aquí está en teoría -teoría, porque el próximo capítulo será le prólogo- el último capítulo de TPCB! En el prólogo, como siempre hago, agradeceré y os pondré el tostón de siempre... Mientras tanto, espero que no se os haya hecho pesada esta historia y que os haya gustado como la que más, porque he trabajado muy duro en esta historia, y no hubiera sido posible (Ni un poquito) si no hubiera sido por vosotras. ¡OS QUIERO!

lunes, 28 de octubre de 2013

Capítulo 60.

Camino con las manos metidas en los bolsillos hacia la estación de autobuses más cercana. No tengo dinero suficiente para un taxi y lo único que me queda es el autobús.

Aspiro y, con las manos metidas en los bolsillos, sigo caminando, siguiendo las gotas que rebotan contra el suelo y, después, se rompen. Como yo.

¿Por qué es posible que una persona pueda afectar tanto en todo a otra? ¿Cómo es posible que alguien que para mí hace unos años fuera insignificante, no existía, ahora lo era todo?

Dina se ha ido del aparcamiento de coches, porque no veo su vehículo por ningún lado. Supongo que será porque ya sabía que Louis se había ido y no querrá verme destrozada.

Mis lágrimas bañan sin control mi rostro. No quiero hacer otra cosa que llorar y quizás eso solo sea de personas débiles, pero ahora mismo, yo soy alguien débil, frágil, que sólo con el roce de una simple yema, me rompería en dos. Y quizás eso fuese lo mejor.

Sigo andando y mojándome. Estoy cerca de la estación de autobús. La gente que lleva paraguas o chubasqueros me mira. No quiero dar pena, ni siquiera quiero que sientan nada hacia mí.

Un hombre se levanta nada más verme de la estación de autobuses, y me señala el asiento para que me siente.

-No, no hace falta. – Le digo.
-Por favor, señorita. – Me ruega.

Giro el labio y no quiero ser maleducada. Me siento.

Mi mente está nublada, gris. Sólo unos ojos azules son el color que veo en mi vida ahora mismo.

Le he perdido. Sí. Le he perdido. La agonía e impotencia es lo único que siento ahora.

Cojo aire y lo suelto intentando que las lágrimas no salgan en forma de bala de mis ojos y que nadie más se percate de mi delicada situación sentimental.

Inglaterra. Oh, Dios míos. Ya está. Ya se ha ido.  Ahora tendré que subir y poner la palabra fin. Todo esto habrá acabado.

De repente se avista el vehículo rojo y todo el mundo se pone de pie. Me espero a que todos pasen delante de mí y me pongo la última.

Suben animados, incluso la voz de un niño pequeño se me mete de lleno en los oídos, creándome algo de esperanza y de felicidad.

-Señorita. – Me reclama el conductor.
-Lo siento. – Me disculpo.
-¿Cómo va a pagar? ¿Tiene bono?
-No. – Niego.

El hombre me mira a los ojos y se asusta. Giro el labio y le tiendo un billete.

-Quédese con las vueltas. – Digo.

El hombre lo pasa por la máquina y yo paso sin ningún tipo de impedimentos hacia el último asiento.

Me siento y echo la cabeza para atrás, mirando el techo del vehículo que empieza a caminar y a vibrar.

Como dueles, Louis Tomlinson.

Cierro los ojos en el camino e intento que pase rápido. Sólo quiero llegar a mi casa y meterme en la bañera para que mi cuerpo se estabilice.

La siguiente estación es la mía. Me pongo de pie y pulso el botón rojo de las barras amarillas.

Casi me caigo cuando intento conseguir equilibro, pero me agarro a la barra.

El autobús para y yo bajo por la puerta del medio.

De nuevo me toco con toquecitos mi pelo que aún no se ha secado. Sigue lloviendo a cántaros. Maldito invierno, cada vez lo odio más. Cada año le cojo más asco.

Meto las manos en mis bolsillos y doy con un paquete de tabaco. ¡No me acordaba!

Saco una colilla de dentro y la pongo en mi boca, corriendo debajo de un tejadillo para que la lluvia no lo apague antes de encenderlo.

Pongo la mano para que la llama del mechero no se apague y lo enciendo. Lo pongo en mi boca y lo consumo.

-Por ti, Tomlinson. – Susurro.

Doy una fuerte calada, con rabia y odio, y muchos sentimientos a la vez.

Es como si pudiese quemar el pasado por un instante, es como si pudiese borrarle de mi mente por unos segundos. Como si la rabia se calmase cuando fumo.

Una mano aparece en mi campo de visión y arrebata la colilla, soplándola y tirándola a un charco cercano.

-Pero, ¿Qué haces? – Digo, sin saber quién es aún.
-Fumar no es sano. – Dice.

Levanto la mirada y es Liam.

-¡Liam! – Le regaño. – Joder, ese cigarro…
-Madre mía, preciosa. ¿Qué te ha pasado? – Pregunta, casi asustado.

Agacho la cabeza sintiéndome culpable. Su mano no tarda y se posa en mi barbilla, levantándome para que le mire a los ojos.

-¿Qué no me ha pasado? – Digo, contestando con otra pregunta a su pregunta.

Frunce el ceño y suelta mi barbilla. Mi cabeza cae por sí sola hasta su posición previa, y miro al suelo, viendo como el cigarro está inundado gracias al charco.

-Otra vez faltas mucho a clase. – Dice. – Pensé que estarías enferma.
-Sí. Estoy enferma. – Excuso.

El chico ríe y se agacha de cuclillas para mirarme a los ojos.

-No te creo. – Me dice.
-¿Por qué?
-Si estuvieses mala, primero, no fumarías; Y segundo, no andarías por la calle empapándose bajo una tormenta.
-Me han dicho los médicos que es una táctica curativa. – Le digo sacándome el paquete de tabaco otra vez y cogiendo un cigarro.

El chico se echa a reír mientras se pone de nuevo erguido y yo suelto una débil carcajada.

-No fumes. – Me pide.
-Lo siento, Liam.
-Es irónico. Te pido que no fumes, sin embargo, te vendo y te regalo el tabaco.
-Es tu culpa. – Digo.

El chico sonríe y yo sacudo mi cabeza mientras doy caladas al cigarro.

-No te venderé ningún tipo de tabaco a partir de ahora. – Dice.
-Bien. – Digo. – Perderás una fiel y regular cliente.

El chico se echa a reír y se abalanza sobre mi cuello, sin importarle lo empapada que esté gracias a la tormenta.

Le rodeo por el cuello con cuidado de no quemarle y siento como su respiración choca en mi pelo mojado.

-¿No vas a casa? – Pregunta, casi en mi oído.
-Iba. – Digo.

Liam se aleja de mí y me mira con sus ojos marrones, rasgados y profundos.

-¿Por qué? – Replico.
-Debes ir. – Dice.

Encojo mis hombros y doy la última calada al cigarro antes de tirarlo al mismo charco donde se encuentra el otro.

-Bien, iré. – Digo.
-Anímate. – Me pide. – Si necesitas algo, sabes dónde encontrarme.
-Te dije que no seré más tu cliente.
-¡Oh, mierda! – Exclama con ironía. – Yo pensaba hacerte el carnet de socia.

Le miro con un gesto de asco y le saco la lengua. Segundos después, le sonrío y le doy un beso en la mejilla en forma de agradecimiento.

-Hasta luego, Liam. – Digo.
-Adiós, ______.

Le sonrío y empiezo a caminar debajo del tejado. Ver a Liam me ha hecho bien, pero solo pensar que ahora tocará subir a la casa donde viví con Louis...

Niego con la cabeza mientras me aproximo al portal. Las lágrimas amenazan con salir, de nuevo. Pero contengo la respiración y me aguanto.

Paso al portal y me toco. Sigo estando empapada. El sabor a tabaco yace todavía en mi boca.

Un pinchazo en mi estómago se apodera de mí cuando de nuevo se me viene la sonrisa de Louis, su tupé y sus ojos oscuros cuando se enfadaba conmigo.

Ese beso en los vestuarios y esas ganas que nos teníamos aquella noche antes de que pasase todo…

Oh, Dios. Esto es horrible.

Esto que pasa ha sido como la luz. Brilla lo más que puede, pero llega el momento que se apaga, para siempre.

Comienzo a subir débilmente las escaleras. Las gotas que salen de mi ropa, e incluso de mi pelo, van dejando huella en cada uno de los peldaños antiguos.

Último esfuerzo. Solo quedan cinco peldaños.

Mis ojos siguen yendo a la dirección donde van mis pies, y continúo siguiendo el mismo ritmo apenado e impotente.

Paro un segundo. Veo unos pies con unas botas militares negras. Frunzo el ceño y cierro mis ojos.

Los aprieto y los vuelvo a abrir. Siguen estando ahí.  Ahora me llevo el puño y los masajeo. Los vuelvo a abrir, y ahí siguen.

Levanto despacio la mirada y veo unos vaqueros ajustados y oscuros. Unas piernas dobladas, sentadas en los últimos peldaños. Las manos entrelazadas con sus venas marcadas y sus uñas perfectamente cuadradas. Parece que su pulso le tiembla.

Cojo aire y mi corazón me va a mil. Creo que, sea quien sea, sabe que no quiero mirarle a los ojos.

En un segundo nace la esperanza dentro de mí. ¿Louis? No. No. No quiero pensar eso. Sé que él no puede ser. Está en Inglaterra.

El estómago me oprime demasiado y el corazón amenaza con salírseme por la boca.

-¿No quieres mirarme?. – Me pregunta.

Tiemblo. Esa voz. Esa maldita voz.

Estoy luchando entre levantar mis párpados o caerme desplomada al suelo.

La esperanza crece y se aviva cada segundo más.

Mis dejan de temblar y mi equilibrio permanece cuando veo que las dos manos se desenlazan y me atrapan las mías. Ese tacto tan suave y cálido…