[Terminada] El destino es caprichoso y más cuando se trata de algo como lo que pasará entre ______ y Louis Tomlinson. Una relación del pasado rápida, alocada, peligrosa que le llevó a ser quien no era. Todo acabó, pero no para siempre. Ambos estaban equivocados cuando prometieron no volver a verse.

miércoles, 30 de octubre de 2013

Capítulo 61.

Esa voz no  puede ser de otra persona que no sea él…

Levanto poco a poco la cara y le miro. Él está peldaños más arriba que yo, cogiéndome de las manos y mirándome, con una sonrisa picarona.

Le suelto de las manos inmediatamente y bajo unos cuantos peldaños para darme tiempo a asumirlo.

Mi garganta me duele, pues las cuerdas vocales deben estar entrelazadas para que mis palabras no salgan. Quizás mi valentía se había arrojado escaleras abajo, como yo estoy haciendo poco a poco.

¡Oh, Dios mío! Joder. Joder. Está aquí. Joder. Está cogiéndome las manos.

Las lágrimas no pueden controlarse y salen disparadas de mis ojos, junto a un par de pucheros y un auto reflejo de abalanzarme sobre sus hombros.

El chico me recibe con sus brazos abiertos y apoya una de sus manos, abiertas, en mi espalda mojada.

-Dios mío, eres tú. – Exclamo. – Eres tú.

El chico suelta una sonrisa y me aprieta más fuerte.

-¡Joder, Louis! – Le regaño.

Me alejo de él y le miro. Esa sonrisa, esos ojos.

-¿Qué? – Pregunta, sonriente.
-¿Por qué me has hecho tanto de sufrir? – Pregunté.

Frunzo el ceño y le suelto. Le miro de mala gana y subo los cuatro peldaños que me quedan hasta llegar a la puerta.

El chico hace lo mismo, y cuando se pone de pie y viene tras de mí hasta el rellano, me doy cuenta de que va vestido con una chaqueta de cuero negra. Le miro sorprendida y él entiende mi reacción.

-¿Por qué te he hecho sufrir? – Pregunta ignorando lo demás.
-¿Acaso te parece poco? Acabo de venir del puto aeropuerto, Louis.

El chico se sorprende y alza las cejas en forma de asombro. Yo le miro con los ojos cristalizados y contengo mis ganas de gritar que por fin le tengo a centímetros.

Oh, Dios. Esto es demasiado. Creo que aún no me estoy dando cuenta de que le tengo ahí de nuevo. Incluso ahora que le miro con su media sonrisa y con sus ojos más azulados y llenos de esperanza que nunca, me doy cuenta de que su flequillo cae elegantemente por la frente, como en el pasado.

-¿Del aeropuerto? – Reclama, sorprendido.
-Sí, del aeropuerto.

Mi tono suena seco y cortante. No, no quiero demostrar ese aspecto de mí. No quiero, pero me es inevitable.

Ese chico es por la persona que peor lo he pasado en la vida. Me ha hecho hacer locuras hasta cansarme y ahora viene aquí como si nada hubiese pasado. ¡Le he comprado una casa! ¡Una maldita casa para hacerme sufrir tanto!

Maldito cabrón, he pasado noches en vela, con el corazón en un puño, con mi estómago cerrado y sin ganas apenas de hacer cosas tan sencillas como respirar o pestañear.

Sigue mirándome a través de la tenue luz del rellano y yo me giro hacia la puerta para introducir la llave en la cerradura.

-¿Me vas a contestar? – Pregunta, produciendo eco.

Le miro y veo que su sonrisa ha desaparecido, pero aún así, su gesto serio y decepcionado sigue creando una gran impresión en mí.

-¡Es que te quiero matar! ¿Sabes todo lo que he sufrido y hecho para que horas antes de perderte para siempre, estés aquí delante de mí?

Me acerco a él y pongo mi cuerpo cerca del suyo, enfrente. Mis ojos suben a los suyos, la diferencia de estatura me obliga. Mi rostro sigue serio y el de él perdido. Creo que ahora estará pensando si ha sido lo mejor venir.

El chico sonríe, parece que mi estado de histeria y de no creerme lo que está pasando le hace gracia.

-Te fui a ver al hospital, intenté contactar contigo por todos los medios que me fueron posibles, te compré, no una casa, sino esta casa. – Señalo a la puerta con mala gana. – Y después, para colmo, me voy al aeropuerto y me doy cuenta de que el último vuelo de Inglaterra acaba de salir hace minutos. ¡Minutos! Creía que me moría cuando te vi por unos segundos tan lejos de mí…

El chico suelta una carcajada y yo me enfado más.

-¡No tiene ninguna gracia! – Me quejo. - ¿Sabes que ya me estaba empezando a hacer a la idea de que no te tendría? Y de repente apareces aquí… como si nada, sin decir nada, sin nada… ¡Oh, Dios!

Mis manos van a mi cara y la tapan calmando el rostro. Demasiada tensión y rencor instantáneo ha nacido de repente hacia Louis.

-No me he ido. – Se atreve a decir.

Quito las manos de mi rostro y le miro. Sus ojos están intensamente brillantes y yo me quiero morir.

-¿Y ya está? ¿Eso de verdad te justifica? ¿Sabes lo mal que lo he pasado? Maldito seas, Louis.

Me acerco a él y empiezo darle puñetazos débiles a su pecho. Él solo me contempla sonriente y yo dejo todas mis fuerzas en, por lo menos, inmutarle. Pero no sirve de nada. No se mueve ni un milímetro, ni siquiera suelta un quejido.

De repente, hace un fuerte forcejeo con mis manos y, en segundos, consigue tener atrapadas en sus dos manos mis dos muñecas. Ahora tiene poder sobre mí.

-Eh, tranquila. – Dice con una sonrisa. - ¿Querías irme a buscar al aeropuerto para pegarme?

Le miro y su gesto tan simpático se me hace inevitable para contenerle. Rompo en una poco disimulada carcajada y bajo la mirada al suelo mientras sigo atrapada por las muñecas por él. Su tacto en mi piel me estremece.

-Mírame. – Me exige.

Levanto la mirada tímidamente y sonrío.

-Puede. – Digo.

El chico sonríe más fuerte y veo el amor de mi vida a centímetros de mí.

-Tienes muchas cosas que explicarme, Louis. – Le digo. Parece que le estoy regañando, y en verdad lo hago.
-¿Leíste lo que escribí para Dina?

Frunzo el ceño y no entiendo por qué me pregunta, ahora, esto. Tampoco entiendo cómo sabe que yo tengo su historia.

-No.

El chico sonríe y yo le sigo mirando bajo la tenue luz.

-Buena chica.
-¿Por qué diablos preguntas esto ahora, Louis?
-Entonces entiendo que no sepas que la historia no está terminada, y que hasta que no esté contigo no la estará. No la he terminado, ______. Y esto no va a terminar nunca.

El chico da pasos a cada sílaba pronunciada hasta que choca mi espalda con la puerta de mi casa. Aún no me suelta las muñecas y yo me estremezco al sentir su respiración tan cerca de mí.

-Me hiciste sentir como nadie me había hecho sentir. Me apreciaste, me valoraste, me cuidaste y me quisiste simplemente por cómo era en mi interior. Ni por mi nombre, ni por mi fama en ese lugar, ni por nada. Por mí.  No te asustaste y quisiste permitirme ser el único. Me volviste a dar una oportunidad después de todo. Has sido la que me ha dado la esperanza de empezar una vida nueva que te prometo que puse todo mi empeño en conseguir que así fuese. Me subiste al cielo para luego estamparme contra el suelo, pero aprendí a quererte más desde aquí abajo. Y, ¿Sabes? No quería estar en el cielo en un avión. Prefiero estar ahí arriba contigo, y con los pies aquí abajo.

Mi boca crea una “o”. Le miro sorprendida. Todo eso me ha sorprendido.

-Creo que no debí escribirte la carta, ni tener a Bob de celestino, ni siquiera escribir esa historia a Dina convencido de que sería un éxito y que leerías mi punto de vista de todo esto, y después, todo se vería. Pero no. Quizás no haya un después y es solo es un ahora. Quizás antes de arriesgarme a perderte debí haberte dicho todo a la cara, pero jamás tuve el suficiente valor como para afrontar mi miedo, y como para creer un poco en mí, y quererme lo mínimo. Por eso estoy aquí.

Mi gesto sigue sorprendido. ¿Cómo ese hombre que había estado tanto tiempo callando sus sentimientos, con una capa de refugio, sin expresar nada y completamente encerrado en sí mismo está confesándome las cosas más preciosas que jamás he escuchado, aquí, en mi casa, en mi rellano, en nuestro rellano, ¡A mí!.

-Te dije que confiaba en el destino. Yo fui tu pasado, pero ahora ya no me conformo con eso.

Se calla un segundo y pasa la lengua por sus labios, tomando algo de aire y retomando su charla.

El chico suelta una de mis muñecas sabiendo que estaba demasiado bloqueada y sorprendida como para intentar pegarle, reprocharle o moverme.

Mete su mano en el bolsillo de cuero y saca unas llaves.

-¿Vienes?  - Me pregunta.

Le miro sorprendida y, por un segundo, me lo planteo. Esto me ha pillado de sorpresa y estoy bloqueada. 

No sé ahora mismo qué quiero o qué no quiero. ¿Le quiero a él? Claro, demasiado. ¿Le necesito? Quiero ver esos ojos que me están mirando todos los días de mi vida. ¿Le tengo miedo? No, para nada. No podría tenerle miedo. Ya no. ¿Alguna pega para no aceptar el ir con él?

El chico espera pacientemente mi respuesta mientras saca las llaves de la puerta de la casa metiéndoselas en el bolsillo de su chaqueta. Yo no se lo impido y le continúo mirando a los ojos hasta que él da con los míos.

-¿Y bien? – Insiste.

Trago saliva y asiento débilmente con la cabeza. Él suelta mi muñeca para entrelazar sus dedos con los míos. Baja la escalera antigua de mi mano, como en los viejos tiempos.

¡Madre mía! Estoy bajando las escaleras del edificio de la mano de Louis, ¡De la mano!

Llegamos al portal y lo atravesamos hasta llegar al exterior. Andamos unos dos minutos sin compartir ningún tipo de conversación y pisando los charcos que ha dejado la lluvia que ya ha calmado.

Observo hacia donde se dirige y veo una moto. Mis ojos se agrandan por milisegundo y le miro. Él continúa mirando al frente y sonriendo, orgulloso y seguro de lo que está haciendo. Seguro de sí. Más que nunca.

-¿Qué hacemos aquí? – Pregunto cuando llegamos al pie de la moto.
-Has aceptado venir, has aceptado mi silencio hasta que lleguemos a donde quiero ir.

Giro el labio y le miro con el gesto perdido. Él no se alerta y me tiende un casco. No reacciono y se encarga de ponérmelo.

-Abróchatelo. – Ordena.

Después, se pone el suyo y se monta en la moto. Yo aún sigo al pie de ésta con el casco desatado, mirando todas y cada una de las reacciones que está teniendo Louis.

Me mira una vez subido en la moto.

-¡Vamos! – Apura.

Me abrocho el casco y me monto.

Pone el motor en marcha y siento como un cosquilleo en mi estómago se enciende. Empezamos a andar por la ciudad y no sé dónde vamos. Sólo sé que estoy confiando en él más que en mí, y que sea donde quiera que esté aquel sitio al que nos dirigimos, estoy segura.

Me siento libre, me siento bien. Me siento como cuando estaba con él y me agarraba a su cintura hasta llegar a nuestro destino. Apoyando mi cabeza en su espalda y disfrutando de su perfecto aroma con el que convivía.

Me siento como una adolescente otra vez, como una niña que quiere a rabiar a su novio.

-¡Cierra los ojos! – Me exclama.
-¡¿Qué?! – Reclamo, al no escuchar nada por la velocidad.
-¡Que cierres los ojos, no los abras! – Me pide.
-¿Por qué?
-¡Hazlo!
-Vale.
-No los abras.

Cierro el párpado y veo una inmensa oscuridad con una luz al final. Con una luz que da al pasado. Con una luz que me ilumina más que nunca mi vida; Con él.

De repente, el motor de la moto se para, y siento como sus manos se apoyan en mis brazos para quitármelas de su cadera y poder soltarse para moverse.

-¿Puedo abrir los ojos? Me estoy agobiando. – Digo.
-No, no. – Me dice.

Siento como se baja de la moto y yo me quedo erguida, sentada encima del asiento, sintiéndome idiota por no poder abrir los ojos. Me quita el casco y escucho como lo deja sobre algo.

-Louis, ¿Dónde estamos? Quiero abrirlos ya.

El chico pone una mano en la cintura.

-Vamos, baja. – Me dice.

Le hago caso y con ayuda de su cuerpo, abandono la moto.

-No abras los ojos. – Advierte todavía.
-Vale, no lo haré.

Sonrío como una niña ilusionada, y confío.

-Anda recto hasta que yo te diga. – Me pide.

Le hago caso y comienzo a dar pasos cortos.

-¡Vamos! No tengas miedo, confía en mí.

Sonrío con una carcajada y, de repente, me tropiezo con un bordillo. El corazón se me sale casi por la boca y veo como las manos de Louis me cogen con fuerza para que no me desplome. Sin embargo, ya es tarde, y he abierto los ojos.

-Oh, ¡Mierda! – Se queja.

Le miro y empieza a reírse. Creo que ha hecho aposta que me chocase con el bordillo.

-Mira. – El chico me señala con la barbilla algo y yo, que estoy mirándole, hago caso.

Miro a mi alrededor y veo que todo eso es El Foco. ¡Oh Dios mío! ¡Hacía demasiado tiempo que no venía aquí!

Un escalofrío me recorre mi cuerpo y le miro.

-Ahora mira lo mejor.

Pone las manos en mi cadera y gira mi cuerpo cuidadosamente. Miro a una pared que hace esquina, descascarillada, mal cuidada y antigua, oscura y con un fondo sólo negro.

¡Oh, Dios mío! Esa soy yo. Es un retrato mío. Soy yo. Es mi cara. Mi sonrisa. Mis ojos. Louis me ha dibujado en El Foco. ¡En las paredes de El Foco!

Mi sorpresa continúa y él me mira ensimismado, satisfecho de su trabajo, sin soltarme un momento de la mano.

-¿Lo has hecho tú? – Pregunto, sorprendida.
-Con una ayudita.
-¿Quién? – Pregunto.
-Adam me dijo que no te dijera que él ha hecho casi todo.

Vuelvo la cara con una sonrisa abismal y miro la pared. Soy yo. Estoy ahí.

-¿Por qué? – Pregunto.
-¿Por qué? – Replica.
-Sí. Por qué me habéis dibujado a mí, qué has querido decir con esto.
-Antes eso era una simple pared de El Foco. - Dice, sin ningún tipo de miedo ni asco al pasado, como había demostrado hacer las veces anteriores. – Ahora quiero que, cada vez que alguien mire esa pared, te recuerde. Nos recuerde. Esa fue la pared donde nos conocimos, ¿Recuerdas?

Me sorprendo y la miro de nuevo. ¡Tiene razón! Ahí fue donde nos conocimos. Donde me salvó de aquel baboso. ¡Oh, Dios mío! Qué recuerdos…

-Todo esto ha pasado por algo, y creo que no hay mejor manera que recordar, por lo menos para mí, el mejor momento de mi vida. – Dice. - No hay mejor táctica para afrontar el pasado, que recordándolo y viviendo los mejores momentos, ¿no? 

No digo nada y me abalanzo sobre él, dando el beso más increíble, sentido, apasionado y largo que jamás había dado a nadie, ni a él mismo.


Y, ahí estoy, abrazada al que empezó a darle sentido a todo lo que creía perdido, justo en el sitio donde empezó todo, con la persona que empezó todo, y dándome cuenta de que las historias no acaban hasta que no se escribe la palabra “Fin”. 



PD. ¡Bueno chicas, aquí está en teoría -teoría, porque el próximo capítulo será le prólogo- el último capítulo de TPCB! En el prólogo, como siempre hago, agradeceré y os pondré el tostón de siempre... Mientras tanto, espero que no se os haya hecho pesada esta historia y que os haya gustado como la que más, porque he trabajado muy duro en esta historia, y no hubiera sido posible (Ni un poquito) si no hubiera sido por vosotras. ¡OS QUIERO!

lunes, 28 de octubre de 2013

Capítulo 60.

Camino con las manos metidas en los bolsillos hacia la estación de autobuses más cercana. No tengo dinero suficiente para un taxi y lo único que me queda es el autobús.

Aspiro y, con las manos metidas en los bolsillos, sigo caminando, siguiendo las gotas que rebotan contra el suelo y, después, se rompen. Como yo.

¿Por qué es posible que una persona pueda afectar tanto en todo a otra? ¿Cómo es posible que alguien que para mí hace unos años fuera insignificante, no existía, ahora lo era todo?

Dina se ha ido del aparcamiento de coches, porque no veo su vehículo por ningún lado. Supongo que será porque ya sabía que Louis se había ido y no querrá verme destrozada.

Mis lágrimas bañan sin control mi rostro. No quiero hacer otra cosa que llorar y quizás eso solo sea de personas débiles, pero ahora mismo, yo soy alguien débil, frágil, que sólo con el roce de una simple yema, me rompería en dos. Y quizás eso fuese lo mejor.

Sigo andando y mojándome. Estoy cerca de la estación de autobús. La gente que lleva paraguas o chubasqueros me mira. No quiero dar pena, ni siquiera quiero que sientan nada hacia mí.

Un hombre se levanta nada más verme de la estación de autobuses, y me señala el asiento para que me siente.

-No, no hace falta. – Le digo.
-Por favor, señorita. – Me ruega.

Giro el labio y no quiero ser maleducada. Me siento.

Mi mente está nublada, gris. Sólo unos ojos azules son el color que veo en mi vida ahora mismo.

Le he perdido. Sí. Le he perdido. La agonía e impotencia es lo único que siento ahora.

Cojo aire y lo suelto intentando que las lágrimas no salgan en forma de bala de mis ojos y que nadie más se percate de mi delicada situación sentimental.

Inglaterra. Oh, Dios míos. Ya está. Ya se ha ido.  Ahora tendré que subir y poner la palabra fin. Todo esto habrá acabado.

De repente se avista el vehículo rojo y todo el mundo se pone de pie. Me espero a que todos pasen delante de mí y me pongo la última.

Suben animados, incluso la voz de un niño pequeño se me mete de lleno en los oídos, creándome algo de esperanza y de felicidad.

-Señorita. – Me reclama el conductor.
-Lo siento. – Me disculpo.
-¿Cómo va a pagar? ¿Tiene bono?
-No. – Niego.

El hombre me mira a los ojos y se asusta. Giro el labio y le tiendo un billete.

-Quédese con las vueltas. – Digo.

El hombre lo pasa por la máquina y yo paso sin ningún tipo de impedimentos hacia el último asiento.

Me siento y echo la cabeza para atrás, mirando el techo del vehículo que empieza a caminar y a vibrar.

Como dueles, Louis Tomlinson.

Cierro los ojos en el camino e intento que pase rápido. Sólo quiero llegar a mi casa y meterme en la bañera para que mi cuerpo se estabilice.

La siguiente estación es la mía. Me pongo de pie y pulso el botón rojo de las barras amarillas.

Casi me caigo cuando intento conseguir equilibro, pero me agarro a la barra.

El autobús para y yo bajo por la puerta del medio.

De nuevo me toco con toquecitos mi pelo que aún no se ha secado. Sigue lloviendo a cántaros. Maldito invierno, cada vez lo odio más. Cada año le cojo más asco.

Meto las manos en mis bolsillos y doy con un paquete de tabaco. ¡No me acordaba!

Saco una colilla de dentro y la pongo en mi boca, corriendo debajo de un tejadillo para que la lluvia no lo apague antes de encenderlo.

Pongo la mano para que la llama del mechero no se apague y lo enciendo. Lo pongo en mi boca y lo consumo.

-Por ti, Tomlinson. – Susurro.

Doy una fuerte calada, con rabia y odio, y muchos sentimientos a la vez.

Es como si pudiese quemar el pasado por un instante, es como si pudiese borrarle de mi mente por unos segundos. Como si la rabia se calmase cuando fumo.

Una mano aparece en mi campo de visión y arrebata la colilla, soplándola y tirándola a un charco cercano.

-Pero, ¿Qué haces? – Digo, sin saber quién es aún.
-Fumar no es sano. – Dice.

Levanto la mirada y es Liam.

-¡Liam! – Le regaño. – Joder, ese cigarro…
-Madre mía, preciosa. ¿Qué te ha pasado? – Pregunta, casi asustado.

Agacho la cabeza sintiéndome culpable. Su mano no tarda y se posa en mi barbilla, levantándome para que le mire a los ojos.

-¿Qué no me ha pasado? – Digo, contestando con otra pregunta a su pregunta.

Frunce el ceño y suelta mi barbilla. Mi cabeza cae por sí sola hasta su posición previa, y miro al suelo, viendo como el cigarro está inundado gracias al charco.

-Otra vez faltas mucho a clase. – Dice. – Pensé que estarías enferma.
-Sí. Estoy enferma. – Excuso.

El chico ríe y se agacha de cuclillas para mirarme a los ojos.

-No te creo. – Me dice.
-¿Por qué?
-Si estuvieses mala, primero, no fumarías; Y segundo, no andarías por la calle empapándose bajo una tormenta.
-Me han dicho los médicos que es una táctica curativa. – Le digo sacándome el paquete de tabaco otra vez y cogiendo un cigarro.

El chico se echa a reír mientras se pone de nuevo erguido y yo suelto una débil carcajada.

-No fumes. – Me pide.
-Lo siento, Liam.
-Es irónico. Te pido que no fumes, sin embargo, te vendo y te regalo el tabaco.
-Es tu culpa. – Digo.

El chico sonríe y yo sacudo mi cabeza mientras doy caladas al cigarro.

-No te venderé ningún tipo de tabaco a partir de ahora. – Dice.
-Bien. – Digo. – Perderás una fiel y regular cliente.

El chico se echa a reír y se abalanza sobre mi cuello, sin importarle lo empapada que esté gracias a la tormenta.

Le rodeo por el cuello con cuidado de no quemarle y siento como su respiración choca en mi pelo mojado.

-¿No vas a casa? – Pregunta, casi en mi oído.
-Iba. – Digo.

Liam se aleja de mí y me mira con sus ojos marrones, rasgados y profundos.

-¿Por qué? – Replico.
-Debes ir. – Dice.

Encojo mis hombros y doy la última calada al cigarro antes de tirarlo al mismo charco donde se encuentra el otro.

-Bien, iré. – Digo.
-Anímate. – Me pide. – Si necesitas algo, sabes dónde encontrarme.
-Te dije que no seré más tu cliente.
-¡Oh, mierda! – Exclama con ironía. – Yo pensaba hacerte el carnet de socia.

Le miro con un gesto de asco y le saco la lengua. Segundos después, le sonrío y le doy un beso en la mejilla en forma de agradecimiento.

-Hasta luego, Liam. – Digo.
-Adiós, ______.

Le sonrío y empiezo a caminar debajo del tejado. Ver a Liam me ha hecho bien, pero solo pensar que ahora tocará subir a la casa donde viví con Louis...

Niego con la cabeza mientras me aproximo al portal. Las lágrimas amenazan con salir, de nuevo. Pero contengo la respiración y me aguanto.

Paso al portal y me toco. Sigo estando empapada. El sabor a tabaco yace todavía en mi boca.

Un pinchazo en mi estómago se apodera de mí cuando de nuevo se me viene la sonrisa de Louis, su tupé y sus ojos oscuros cuando se enfadaba conmigo.

Ese beso en los vestuarios y esas ganas que nos teníamos aquella noche antes de que pasase todo…

Oh, Dios. Esto es horrible.

Esto que pasa ha sido como la luz. Brilla lo más que puede, pero llega el momento que se apaga, para siempre.

Comienzo a subir débilmente las escaleras. Las gotas que salen de mi ropa, e incluso de mi pelo, van dejando huella en cada uno de los peldaños antiguos.

Último esfuerzo. Solo quedan cinco peldaños.

Mis ojos siguen yendo a la dirección donde van mis pies, y continúo siguiendo el mismo ritmo apenado e impotente.

Paro un segundo. Veo unos pies con unas botas militares negras. Frunzo el ceño y cierro mis ojos.

Los aprieto y los vuelvo a abrir. Siguen estando ahí.  Ahora me llevo el puño y los masajeo. Los vuelvo a abrir, y ahí siguen.

Levanto despacio la mirada y veo unos vaqueros ajustados y oscuros. Unas piernas dobladas, sentadas en los últimos peldaños. Las manos entrelazadas con sus venas marcadas y sus uñas perfectamente cuadradas. Parece que su pulso le tiembla.

Cojo aire y mi corazón me va a mil. Creo que, sea quien sea, sabe que no quiero mirarle a los ojos.

En un segundo nace la esperanza dentro de mí. ¿Louis? No. No. No quiero pensar eso. Sé que él no puede ser. Está en Inglaterra.

El estómago me oprime demasiado y el corazón amenaza con salírseme por la boca.

-¿No quieres mirarme?. – Me pregunta.

Tiemblo. Esa voz. Esa maldita voz.

Estoy luchando entre levantar mis párpados o caerme desplomada al suelo.

La esperanza crece y se aviva cada segundo más.

Mis dejan de temblar y mi equilibrio permanece cuando veo que las dos manos se desenlazan y me atrapan las mías. Ese tacto tan suave y cálido…



jueves, 24 de octubre de 2013

Capítulo 59.

Estoy totalmente destrozada.

Las lágrimas llevan bañando mi rostro desde que él bajó por esas escaleras, y la soledad de una casa, junto a una hipoteca y con un montón de angustia entre esas paredes, me pueden.

Continúo mirando a los folios en la mesa del salón, e intento no hacer mucho caso a mi mente, que me culpa por no haber sido coherente y no haber entendido que de verdad me costaría hacerme a la idea de seguir sin él.

Estaba segura dentro de mí de que esto saldría bien, que cuando él viese lo que he llegado a hacer, cambiaría su opinión y volvería, pero parece que eso no ha sido así.

Resoplo y limpio con la palma de las manos las lágrimas de mi rostro.

Quiero llorar, y eso es lo que hago desde hace día y medio.

Y sí, esta noche coge un avión y se va.

Estoy intentando luchar contra viento y marea para hacerme a la idea de que posiblemente, nunca estaremos juntos.

Echo la cabeza hacia atrás y miro al techo. No quiero escribir la palabra “Fin” en los tacos de Dina, pero es lo que hay.

Sigo sin leer ni una sola palabra, excepto las que leí echando ese vistazo, a lo que escribió Louis.

Sigo sin saber qué sintió o qué puede llegar a sentir aún, cosa que me consuela, porque espero que me siga queriendo la mitad que yo a él.

Por un momento, me recuerdo a Josh y me da un escalofrío. ¿Qué será de él? Encojo mis hombros y suelto de mala gana el bolígrafo.

No, no puedo hacerlo. Ni quiero. No quiero que este sea el fin.

¿Y todo eso? ¿Todo lo nuestro? ¿De verdad el beso del pasillo sería el último?

Cierro los ojos y veo como mi mente se nubla y no quiero.

Retiro la silla y me levanto, yendo hacia la televisión y poniendo el canal de la radio.

Música romántica que te deprime. Lo último que querría escuchar, es lo único que hay a estas horas.

De nuevo mis ojos se cristalizan y doy pasos pobres por todo el salón.

Me dirijo a la puerta de la terraza, que está al lado izquierdo de la televisión, y salgo.

Miro hacia abajo y veo una ciudad llena de estrés y agobio. Son las cinco de la tarde y todo el mundo regresa a sus casas de sus trabajos, cosa que yo, como siga así, jamás tendré. Y llueve. Llueve a cántaros. No me gustan nada estos días. Mi estado de ánimo está como él: Gris.

Tomo aire y me asusto cuando escucho el timbre.

Frunzo el ceño y entro de la terraza, cerrando la puerta tras de mí, y pensando en quién puede ser.

Atravieso el pasillo con los pies descalzos, unos pantalones de chándal grises algo abombados y una sudadera blanca con letras rosas.

Escucho unas voces detrás de la puerta y me extraño más. El timbre vuelve a sonar.

-Bob, no la agobies. – Escucho.

Me echo a reír. Creo que la primera vez desde hace un día y medio.

Cojo el pomo y abro la puerta, sin dudarlo.

-¡Hola, cielo! – Exclama Bob al entrar.
-Hola, cariño. – Dice mi madre, más dulcemente.
-Hola. - Musito yo.

Ambos me besan la mejilla y yo les ofrezco pasar.

-¡Pensaba que no nos ibas a invitar nunca a ver la casa! – Exclama mi madre.
-Lo siento mamá, he estado ocupada con… con todo un poco. – Excuso.

Miro a Bob que mira alrededor de él la decoración. Cuando digo eso, frunce el ceño y me mira desafiante.

-¿Seguro que has ido a clases? – Pregunta.

Mi madre le mira en forma de sorpresa, ya que Bob tiene una autoridad de padre conmigo.

-Bob… - Murmura mi madre.
-No pasa nada, mamá. – Digo sonriendo.

Cojo aire e intento disimular para que no se preocupen, no quiero que me vean mal.

-Estudio mejor en casa. – Digo definitivamente.

Mi madre sonríe y se siente satisfecha. De nuevo mira a su alrededor y se queda asombrada con la casa.

-Al final. – Indico.

Ambos empiezan a andar, pausándose para mirar las habitaciones de la casa. Al menos me distraen un poco, y lo agradezco, porque apenas quedan horas para que Louis se vaya.

Llegamos al salón y ambos toman asiento en el sofá, yo cojo una silla de la mesa y la pongo delante de ellos.

-¿Queréis algo de beber o…? – Pregunto.
-No, gracias. – Dice Bob.
-Yo tampoco. – Añade mi madre.

Les sonrío cómplice y me siento en la silla.

-¿Cómo me habéis encontrado? – Pregunto.
-Bueno, ya sabes que yo vine hace tiempo aquí… - Musita mi madre. – No en la misma situación, pero aún guardo la dirección. Y si no recuerdo mal, me dijiste que vivías donde antes vivías con Louis.

Frunzo el ceño y asiento. No me había acordado.

-Louis… - Murmura, casi susurrando Bob.

Levanto mi mirada del suelo y le miro desconcertada.

-¿Qué pasa con él? – Pregunto.
-¿Sabes que se va? – Pregunta.

Trago saliva y el nudo se me ata más fuerte aún en mi estómago. Asiento.

-¿Y qué haces aquí? – Replica Bob.
-Bob, no quiero remover más el tema. Esto es lo que hay. Él allí, yo aquí.

Tomo aire intentando aceptar la realidad, que, desgraciadamente, es esa. Y no quiero.

-¿No piensas hacer nada de verdad? – Replica.

Mi madre nos mira arqueando una ceja, sin saber muy bien qué aportar a la conversación.

-No. – Digo, cortante.
-¿Vas a dejar que se vaya? – Pregunta, incrédulo.
-Sí, Bob.

El hombre abre sus ojos y no intenta convencerme. Parece que esta vez me he mostrado mucho más segura que de costumbre, y el hombre ha parado el tema.

Miro a mi madre que tiene sus manos en las rodillas, algo incómoda.

Cojo el mando y apago la radio de la televisión. Lo vuelvo a dejar en la mesa y miro a Bob que se levanta.

-¿Dónde está el baño? – Pregunta.
-Enfrente de la primera habitación. – Digo, con la voz temblorosa.

El hombre asiente con un gesto y rodea la mesa de al lado del sofá para emprender camino al baño.

-¿Cómo estás, cielo? – Pregunta mi madre.
-Bien, mamá.
-¿Llevas bien eso de vivir sola?
-Sí, no tengo ningún problema.

Mi madre se alegra y sonríe. Yo sonrío por verla a ella.

-¿Qué es esto? – Pregunta Bob detrás de mí.

Su mano está apoyada en una de las esquinas de la mesa y yo me giro rápidamente a mi izquierda, mirando como Bob está leyendo todo lo que he escrito para Dina.

-¡Oh, Dios mío, Bob! – Exclamo.

Me levanto y voy corriendo a arrebatarle los folios.

-¿Por qué coño lo lees? ¡¿Eh?! – Exclamo.

El hombre se intimida y encoje sus hombros intimidado ante mis gritos.

-Lo… lo siento, ______.
-Bob, no comprendo por qué coño te involucras tanto en mi relación con Louis, y por qué estás tan pendiente de que todo me vaya tan bien.
-Porque me importas, y…
-No eres mi padre, Bob. Siento ser tan cruel, pero creo que estás tomando riendas y caminos que no son los correctos conmigo.

Mi madre se levanta sobresaltada a la reacción que acabo de tener con Bob y se acerca a nosotros, poniéndose en medio.

-Cielo… - Musita mi madre.

Niego con la cabeza y me arrepiento de mi comportamiento, pero no lo digo.

-No quería pretender ser demasiado involucrado, ______. – Murmura Bob.

Le miro con algo de rencor y frunzo mis labios. Asiento en modo de que acepto su excusa, y mi madre rodea el brazo de Bob, que se mantiene con las manos metidas en los bolsillos y algo frío.

-Mejor nos vamos. – Dice mi madre, conduciendo al hombre hacia la salida.

Frunzo el ceño y me arrepiento automáticamente de mi comportamiento. Él no tiene la culpa…

Les acompaño a la puerta y no me dan ningún beso ni abrazo. Salen al rellano y miro a Bob arrepentida.

-Yo solo quería que no dejases escapar a alguien que está demasiado ciego como para ver que es lo que tú necesitas… - Dice Bob. – Solo necesita que tú de verdad le hagas ver eso. Aún estás a tiempo. 

Tomo aire y, como siempre, su frase retumba en mi mente.

-Lo siento, Bob. – Digo.

Me hace un gesto con la cabeza y yo le sonrío.

-Adiós, cielo. – Me dice mi madre, besándome las mejillas.

Cierro la puerta y me miro en el espejo de la entrada.

“Aún te queda tiempo” Digo.

Muerdo mi labio y me hago una coleta con las manos. No, así no.

Me veo fea, horrorosa. Y no sólo físicamente. Emocionalmente estoy mucho peor que nunca. 

Me sigo mirando y me pregunto de veras como alguien que un día fue insignificante y que no conocías de nada, puede llegar a ser prácticamente todo. Como alguien completamente diferente a ti, puede congeniar a la perfección contigo.

Como alguien que te asegura que no te hará ningún bien, es el único bien que piensas que puede hacerte algo en este momento.

Suspiro y camino, arrastrando los pies, hasta la habitación. Miro por la ventana y a parado de llover. Quizás el bajar a comprar tabaco me venga bien.
***

Siete de la tarde. Me miro de nuevo en el espejo del pasillo en el que minutos antes me miraba. Cojo la chaqueta de chándal del perchero, y la pongo sobre mí hasta subirla al cuello. Me miro e intento sonreír mostrando felicidad, una felicidad falsa. 

Sacudo mi cabeza intentando recordar cualquier cosa asociado con Louis. No me hace ningún bien sabiendo que en horas él se irá, quizás para siempre.

Jamás me he rendido por algo tan fácilmente, pero quizás la impotencia o las ganas de que todo pase ya y poder recobrar una estabilidad, o quizás algo que me motive, pesa más que el saber que lucharé por algo que no tiene ni pies ni cabeza. Que ni la máxima de las locuras ha servido para algo.

Abro la puerta de mi casa y la cierro tras de mi, echando un par de vueltas la llave. Las guardo en el bolsillo donde tengo el dinero y bajo las escaleras despacio.

¿De verdad habrá sido buena idea quedarse a vivir en la casa donde compartí todas esas con Louis? ¿De verdad servirá torturarme y martirizarme? Creo que nunca lo he pasado tan mal por alguien, Louis se está llevando el premio.

Llego al final de las escaleras y camino unos cuantos pasos hasta llegar a la puerta del portal, donde me encuentro de frente a Dina.

Paro en seco delante de ella y me asusto.

-Lo siento. – Dice, entre risas.
-Hola, Dina. – Musito.
-¿Dónde vas?
-Iba a dar una vuelta.
-¿Con este tiempo?

Asiento.

-Espero que no cojas un resfriado.
-¿Qué haces aquí? – Pregunto, descolocada y ignorando su deseo.
-Le llevamos solo en coche. No quería que le acompañásemos dentro y…

Arqueo las cejas y agrando los ojos.

-¿Ya está en el aeropuerto? - Pregunto.
-Sí. Bueno, desde hace alrededor de una hora.

Llevo mis manos a la cabeza y empiezo a pensar que todo esto me queda demasiado grande. Desesperación e impotencia, todo en un cumulo de sentimientos que no sé como exactamente describir. Mi pecho me duele al respirar y mi estómago se ha cerrado, como si mi cuerpo no aceptase ningún alimento. 

-Espero que todo le vaya bien... - Musito.
-¿No te has despedido de él?
-Oh, vamos, Dina. Le he comprado una casa y eso no ha sido suficiente. Creo que ya es hora de que le deje en paz y ambos retomemos nuestras vidas de antes, ¿no?
-Recuerda todo lo que te dije el día que me presenté en tu casa...
-Que me haya querido en un pasado o que me quiera ahora, no tiene que ver con esto. Él piensa que lo mejor es estar separados y no puedo hacer nada al respecto.
-Luchar. Aún estás a tiempo.

Otra persona que me recuerda que aún estoy a tiempo. Maldita sea, ¿En qué hora habré bajado a por tabaco? No quería que nadie más me hablase del tema, ni quería que nadie más me recordase que el amor de mi vida se iba a ir en cuestión de minutos de mi país, y que no le volvería a ver en mucho tiempo. 

¡Joder! Esto duele más de lo que pensaba. Creo que es amor. ¿Es amor? No lo sé. Pensaba que estaba enamorada de Louis, pero esto ya sobrepasa los límites.

-Y, venga. Dime algo más convincente que "A dar una vuelta". ¿A dónde ibas? - Pregunta Dina al saber que no la iba a contestar a lo de antes.
-A por tabaco. - Contesto, firme.

Su rostro es sorprendido y yo la miro indiferente, fuerte. Sin embargo, me recuerdo a mí misma que el tabaco comparado con Louis no es nada letal. 

-Bueno, supongo que no irás a despedirte de él...
-No. - Sigo negándome. - Ya te lo he dicho, Dina.
-¿Y si así ganas algo? Aveces las personas necesitamos que hasta el último momento se intente.
-No voy a ganar nada, sólo perder el tiempo, como lo he estado haciendo todos estos días.
-Pero, ¿No te das cuenta? Tienes horas, _______. Un último esfuerzo, un último tirón, el sprint del final. Es ahora o nunca. Todo o nada. Si no lo intentas no lo sabes.
-No, Dina. Me he rendido ya.

Salgo del portal y emprendo camino hacia el estanco. Escucho como los tacones de Dina vienen detrás de mí.

-Espera, espera. - Me ruega poniéndose a mi lado mientras me paro.
-Estoy cansada de que todos me digáis lo mismo. ¿No ves que he intentado todo lo que he tenido a mi alcance para recuperarle? ¿No has visto que nada ha servido? 
-Ahora o nunca. - Repite. - Date una última oportunidad. Un último esfuerzo. Confía en mí, y sobretodo en ti.

Cojo aire y creo que me está empezando a convencer. 

-No, Dina. - Repito.

La chica suspira y pone sus manos en mis hombros, mientras que mi rostro está más descuidado que nunca.

-Está bien. Es lo último que intento. Qué le den a Ben y a nuestro amor. Louis y tú os queréis como nadie se quiere en este mundo. ¿No te das cuenta? Es el amor más verdadero que cualquier ser humano puede ver. Joder, _______. No le dejes escapar. No quiero que te deje escapar. Le has querido más que él mismo. Merecéis estar juntos.

Me está convenciendo. No, no quiero.

-Vamos, yo me encargo de llevarte al aeropuerto. - Añade. -¡Vamos!

Sonrío picarona y asiento con la cabeza, aún sin saber por qué. 

-¿Sí? - Pregunta.
-Sí, sí... Sí.

La chica sonríe y vamos andando, apresuradamente, hacia el vehículo.

Nos montamos y arranca el vehículo.

Aún no entiendo por qué he aceptado, ni por qué voy a destrozarme más mi autoestima cuando escuche que se va y que no va a arriesgar nada por estar conmigo. Cuando vea que el miedo tiene más autoridad en él que el amor. No quiero ver como se va. Pero, como bien me ha dicho la sabiduría de Dina, quien no arriesga no gana, y yo voy a arriesgar, aun que algo dentro de mí no quiera hacerlo.

-¿Terminaste de escribir? – Pregunta, mientras vamos metiéndonos hacia la autopista.
-Supongo que estoy haciendo todo esto para que no sea el final todavía. – Digo.

Sonríe, satisfecha con mi respuesta.

-Sólo venía a revisar lo que llevabas. – Añade.
-Tranquila, Dina. Voy bien.
-En verdad también venía a animarte a que fueses tras de él. 
-Lo sé. No te he creído el principio.

Ambas reímos.

-Haría lo que fuese por tenerle, Dina.

Ella sonríe. Dudo que haya más en la capa de la tierra que se merezca tenerle más que yo.

Minutos después, miro por el cristal del coche y veo como la lluvia resbala en los cristales.

Frunzo el ceño y miro que, detrás de esas gotas, está el aeropuerto.

-Suerte. – Dice Dina parando el motor.

Cierro los ojos y tieblo.

-La necesitaré. – Digo.

Tomo aire y abro la puerta. Salgo y pongo mis manos en el pelo intentando que la lluvia no me moje.

Corro hacia dentro del aeropuerto y veo los sitios donde la gente apoya deja sus maletas para que las lleven al interior de los aviones.

Miro para todos los lados y me voy hacia los asientos. Quiero verle. Necesito verle, y le voy a ver.

Corro como si se me fuese la vida en ello y llego a un pasillo central del aeropuerto.

La gente lleva carros donde van sus maletas. Miro para todas direcciones y creo que va a ser muy difícil encontrarle.

La agonía e impotencia se adueñan de mí. Tengo miedo, y me tiembla todo.

Empiezo a andar enfrente de todas las personas que están sentadas en los asientos y les miro la cara, con ningún tipo de esperanza.

Ninguno de ellos es Louis.

Sigo andando y todos los recuerdos, los paseos en moto, las chaquetas de cuero, nuestro primer beso, el “Intimidante perro” que exclamó al ver a Bruce…

Mi respiración parece contenerse y querer explotar en llanto, pero me controlo mientras me acerco a las pantallas.

Miro las horas de los vuelos, bajando mis ojos y haciendo que la luz de éste se me refleje en todo mi rostro.

El único vuelo hacia Inglaterra ya ha salido, hace justo cinco minutos.

De repente, miro a mi izquierda y veo a un azafato pasar a mi lado, tranquilamente.

-Perdone, perdone. – Digo.

El chico se queda quieto y me mira desconcertado.

Trago saliva y respiro.

-¿Sólo hay ese viaje a Inglaterra?
-Por hoy era el último, señorita. – Dice.
-Gra…gracias. – Musito.

Miro como comienza a andar, después de mandarme una sonrisa de complicidad, y abandona mi vista.

Ahora ya puedo decir que no puedo hacer nada.

El destino no quiere que él esté en mi vida. El destino no quiere por nada del mundo que Louis y yo estemos juntos.

Me doy la vuelta y dejo atrás la pantalla, andando lentamente y arrepintiéndome de haber perdido el tiempo en hacer algo que era inevitable dejar escapar, porque él quería escapar.

Aspiro aire por mi nariz y ando hacia la salida.


Lo mejor será volver a casa para escribir la palabra ‘Fin’ y volver a una vida con un curso normal y expectativas normales. Sin él.